BAHÍA TILLY

MiriamNoticias desde el PROS

Bahía Tilly.

No será fácil olvidar la estancia en Bahía Tilly. Cuando hemos logrado desembarazarnos de las 2 Tm de aparatosas algas que colgaban del ancla, hemos respirado. Estábamos libres y el mar parecía franco para reanudar la navegación. Quedaban atrás casi tres días de obligada estancia en este fondeo, que se ha revelado un refugio perfecto de los vientos del WNW. Y es que la cosa no era para menos. Los sucesivos informes meteorológicos modificaban la hora del paso en unas horas, pero ninguno nos ahorraba el mal trago de cruzar un frente de 50 nudos de viento anunciados y ráfagas de 70. Nadie lo decía de este modo, pero lo que se cernía sobre nosotros acojonaba, para qué nos vamos a andar con rodeos.

Fernando, nuestro capitán, dio exactamente la orden que se esperaba de un marino cabal: “Hay que parar y buscar refugio”.

Nuestra oficina en tierra nos da alguna indicación sobre posibles fondeaderos en nuestro camino. También lo hace el Almirante Zanelli, al que ya llamamos Pipo, tras intercambiar afectos y muchos mensajes. Pero todas las informaciones llegan cuando ya hemos tomado nuestra decisión, tras estudiar la carta con detalle y evaluar que nuestra corta velocidad de apenas tres nudos no nos da para llegar a algunos de los puntos sugeridos por nuestros atentos asesores. Avisamos por radio al centro de control de Paso Tortuoso, quien nos confirma lo acertado de nuestra decisión. ¡Más nos vale!, pensamos.

Tras esta decisión hay unas buenas horas de trabajo para fondear con seguridad. Desechamos inicialmente hacerlo con dos anclas por lo complejo del proceso. Pero a la vista de la confirmación meteorológica del frente, nos ponemos a la tarea. Toda precaución es poca y mejor dos anclas que una. El barco queda orientado al viento en medio de los dos islotes que dan acceso a la parte más resguardada de la bahía Tilly. Se diría que hemos clavado el fondeo y descansamos expectantes pero confiados en que nuestra preparación sea suficiente.

Como hemos llegado pronto y hay luz, tomamos nuestro tiempo para aferrar las velas, asegurar el dingy y el resto de la jarcia así como los objetos de la cubierta.

Cae la noche y descansamos, con los oídos atentos a la velocidad aparente del viento. Medimos viento real de 30 nudos, que nos sugiere que el refugio hace su trabajo. Hay de pronto alguna punta de hasta 40 nudos, que desata nuestra atenta sensibilidad hacia las peores situaciones, pero que pronto cede para nuestra alivio.

Y así, de este modo, parte tras parte meteorológico y con las orejas erizadas para captar señales que se separen de la pauta esperada, transcurren dos días y medio.

Claro que, mientras tanto, hay buen humor comidas calientes bien condimentadas para entonar los cuerpos y los espíritus frente al frío exterior, y hasta sesiones de cine náutico. Junto a los vídeos de la jornada, disfrutamos por enésima vez de Master and Commander. Fernando, nuestro capitán, promete ejercer el mando con menos rigor que el personaje de Russell Crowe.

Ayer tarde, cuando el barómetro empezó a ascender desde los 978 mb a los que se había desplomado, ya nos dispusimos para la salida de hoy, en que se alcanzarían los 1018 mb.

Pero había que trabajar. La caída a fondo demasiado brusca de una de las anclas había dejado inutilizado el molinete. Teníamos que virar dos anclas e ingeniárnoslas para hacerlo sin molinete, con la ayuda de los winches. Puesto que había que hacerlo dos veces, mejor empezábamos de víspera a liberar una de las anclas. Por medio de un winche al que unimos el cabo de la segunda ancla, conseguimos halar poco a poco los cuarenta metros que habíamos depositado en el fondo. Parecía ya conseguido cuando una inmensa cantidad de algas apareció colgando del cabo del ancla que pendía a pique del barco. Imposible seguir sin liberarnos de este inmenso peso. Pero la imaginación del hombre blanco hace acto de presencia en estas situaciones. Acudimos al dingy que lanzamos al agua y en el que embarcan Pepe y Juanma armados de sendos cuchillos de matarife como para combatir con un dragón. Es una tarea laboriosa y extenuante de la que, al rato, salen victoriosos, no sin empaparse en las “refrescantes” aguas patagónicas. Cuando la espesura vegetal que rodea el ancla cae al mar, vencida por los golpes asestados por los cuchillos, se escucha un grito de entusiasmo en la tripulación del barco. Tarea realizada. A los tripulantes del dingy se les recibe a bordo con un plato de sopa de tomate caliente (“oliaigu”, en menorquín) amablemente preparada por Javier y con derecho a ducha caliente para reconfortarse.

Sólo parecía quedar la otra mitad de la tarea: levar el ancla principal con sus buenos 70 metros de recia cadena fondeada. La realidad es que Iba ser bastante más que la mitad.

Luego de un desayuno regio, nos disponemos a la faena con toda la dotación en sus puestos. Unos a la proa, Fernando al gobierno y los demás junto al molinete, aprestados para cazar los winches de popa de babor y estribor. En esta ocasión hay que enlazar los eslabones de la cadena del ancla por medio de un grillete unido a una driza. Cuando se consigue halar un par de metros, otro grillete hace firme la cadena mientras se amolla la primera driza con el fin de poder desengrilletar la cadena y depositar  en el pozo de anclas los escasos metros ganados. Y así, durante tres horas, con mucha paciencia, pocos gritos y bastante cansancio. Pero todo tiene su final. Como era de esperar, también hoy nos espera un monstruo de las profundidades uncido al ancla. En esta ocasión no queremos utilizar el dingy, para evitar a nuevos tripulantes la inmersión en estas aguas “refrescantes”. La ayuda de un gancho de pesca y de un bichero no produce los resultados apetecidos. El monstruo resiste el castigo y se aferra desesperadamente a la cadena del ancla. Dudamos si utilizar la guindola y descolgar con ella a un tripulante de peso pluma. Cuando se están rifando los boletos para ello, la fértil imaginación de Alberto entra en erupción. Sigilosamente desaparece de la escena. Luego sabremos que se ha desplazado a sus dominios, donde reina sin límites: la cocina. Se provee del cuchillo más grande que encuentra, lo afila bien y con cinta aislante lo fija firmemente al palo del bichero, a modo de bayoneta o de lanza, todo en uno. Con unas pocas acometidas, bien dirigidas al corazón de la bestia, acaba con ella. No se oye ni un suspiro. El monstruo se desparrama exánime, los brazos ya lacios, y se hunde sin remedio en la bahía. Es el triunfo final.

Hay una foto que atestigua tamaña victoria.

Luego, el capitán nos saca con seguridad de la bahía. Ya navegamos de nuevo por el Paso Tortuoso.

No, no será fácil olvidar la bahía Tilly. Por muchas razones.

Estrecho de Magallanes, 19 de febrero de 2020