Noticias desde el Pros, día 23 de marzo

Emma OlazabalActividades, Noticias desde el PROS, Novedades

Día 24 de marzo

Nada iba a ser lo mismo desde que Javier apareció en la animada tertulia de la bañera del Pros y anunció con tristeza: ¡no queda ron! El capitán construyó el titular añadiendo un dato técnico a esa información: “mil millas sin ron. Es lo que nos queda para llegar a Fiyi”. Y la tripulación, haciendo de tripas corazón, coreó resignada: “no te preocupes, Ricardo, lo superaremos. A Magallanes y Elcano también se les había acabado el vino y el brandy”.

Lo cierto es que los signos inquietantes empezaron muy de mañana. En el excelente desayuno diario que reúne en torno a la mesa a los que hacen la guardia y a los que aguardaban su turno para ella, faltaba un vaso. Los teníamos de todos los tamaños y colores: rojos, amarillos, verdes y transparentes. Pero estaban contados. Aunque no había asignación fija de colores ni tamaños, en la memoria de todos estaba grabado el numero de vasos rojos, amarillos y verdes, tres de cada uno, para ser exactos. Pues bien, el tercer vaso amarillo había desaparecido. Javier consultó de memoria su inventario de vajilla, cristalería y plástico de cocina y dijo:

Había tres. Seguro. ¿Quién ha guardado el tercero?

Africa, atenta a los detalles, corroboró la información de Javier.

Bernardo, por su parte, recordó que en el último fregado él había contado tres vasos amarillos. Pero nadie se llamó a la parte.

Luego, todos nos miramos con extrañeza, sin darle más importancia al suceso. Había mucho que hacer y las tareas estaban asignadas, sin necesidad de impartir ordenes ni instrucciones.

Hacia las 10.00h de la mañana, se produjo otra señal inquietante. Las dos bolsas de hielo que quedaban en el congelador aparecieron inexplicablemente vacías de contenido. No había un solo cubo de hielo, que pudiera servir de muestra. Y lo cierto es que la víspera, tales bolsas habían alimentado eficazmente los sabrosos gintonics vespertinos. Las miradas de circunstancias se sucedieron. Alguno sugirió un mal funcionamiento del congelador. Algunos otros pudieron pensarlo. Pero fueron pensamientos fugaces. La tesis no tenía base. El congelador se comportaba con total normalidad y a la temperatura esperada.

A la hora del ángelus, con la cerveza y los frutos secos del aperitivo, empezaron algunas bromas. Alguien contó que, durante su estancia en Las Palmas, algunos ratones habían conseguido entrar en el Pros. Si las tareas de extinción de plagas, entonces acometidas, no habían sido todo lo contundentes que la situación requería, podía pensarse que algunos descendientes de los ratones canarios, siguieran alimentándose de plástico y quién sabe si también de ron. La capacidad de adaptación al medio de estos bichos – es sabido– resulta proverbial.

La tesis, sin embargo, no prosperó. Javier, nuestro farmacéutico y experto en biología, objetó que la teoría darwiniana no consentía una adaptación al medio tan rápida. Se requerían muchas más generaciones de ratones. Y resultaba heroico suponer que el ron de Polinesia, embotellado, además, pudiera trasegarse por los ratones sin ayuda externa…..

Entonces salió a la luz, con toda su fuerza mágica, la evocación del “espíritu del Pros”, una fuerza de desconocido origen y naturaleza, pero de indiscutible presencia real, capaz de generar efectos sin causas aparentes. Eran los duendecillos traviesos, los diablillos cojuelos de los que Ricardo, el capitán, ya se había hecho eco de modo brillante en una entrada anterior.

Es verdad que a Diego, siempre tan racional, no le convencía la teoría.

–“Todo efecto tiene una causa”, dijo con una abierta sonrisa, a la que resultaba difícil resistirse.

Y los demás ingenieros de la tripulación –Pepe y Jose Ignacio–, estuvieron de acuerdo. Africa, Bernardo y Juanma, observaban divertidos tan científico debate.

– “Pues sólo nos faltaba que, con tanta competencia técnica concentrada en el Pros, acabáramos echando la culpa de lo que nos pasa a las meigas”. Sentenció con energía Pepe Solá, mientras Jose Ignacio Canal sonreía de oreja a oreja y celebraba el triunfo de la razón con un buen trago de cerveza fría.

Pero el “espíritu del Pros” volvió a hacerse presente un poco más tarde.

Serían las cinco de la tarde cuando una brusca rolada del viento desbarató el aparente orden de los objetos situados tanto sobre la mesa de cartas como sobre la más amplia mesa de la bañera. Nada que objetar a la decisión de Eolo. Había venido comportándose con una germánica regularidad hasta que decidió echar una cana al aire y, privado momentáneamente de cordura, como un toro herido, derrotó a babor y a estribor, para comparecer de nuevo por proa o popa. Un carrusel que al timonel de guardia le causó un momentáneo estrés antes de encontrar un rumbo gobernable y el calor y la comprensión de sus compañeros por el pasajero desbarajuste. Pero, justo entonces, cuando todo volvía a ser lo que era, apareció el duende.

El avisador de alarma saltó para subrayar que el piloto automático ya no estaba con nosotros. Simplemente se había ido y nadie sabia ni dónde ni cómo había sido.

La consternación cundió. El capitán, a la caña, se hizo cargo de la emergencia con eficacia y estabilizó la nave. Mientras tanto, las cabezas mejor amuebladas para el procesamiento de problemas eléctricos y mecánicos hacían trabajar sus neuronas con la ayuda del circuito de turboalimentación, en busca de repentina inspiración sobre las causas. No era una simple virada brusca que hubiera forzado al piloto más allá de sus limites de resistencia. Nada de eso. El piloto simplemente había desaparecido de la existencia. La unidad central del sistema de navegación nos informaba que el piloto no se encontraba ya entre los equipos a su cargo. ¿Quizás los ratones? Era urgente saberlo. Y, sobre todo, resultaba crítico remediarlo.

Inmediatamente se constituyó un equipo de investigación compuesto por los defensores del pensamiento racional: Diego, Pepe y José Ignacio. No sólo por su inclinación al pensamiento lógico sino, sobre todo, porque sabían más de chispas, cables y electrodos que todos los demás juntos. Sus primeras medidas fueron interrogar a la tripulación en torno a su relación con los distintos incidentes del día.

El objetivo primero de cualquier investigación policial era siempre descartar rápidamente a los potenciales sospechosos que, de acuerdo con el protocolo habitual, por el momento podían ser todos los tripulantes. Con esta finalidad en mente y con escaso tiempo disponible, el comité técnico se empleó a conciencia, sin reparo alguno. Reunido en el camarote de proa con la puerta cerrada, cada tripulante fue compareciendo ante los investigadores de modo separado, para someterse a los precisos interrogatorios. Luego se supo, por ejemplo que, a propósito del vaso amarillo desaparecido, Africa había sido interrogada sobre sus movimientos nocturnos. Qué camarote había ocupado, si se había levantado de noche, y la relación que mantenía con el consumo de bebidas espirituosas, singularmente el ron. Nadie resultaba exento de la inquisitiva actitud del comité. Y Bernardo, salió espantado del camarote de proa, al haber sido interrogado sobre la existencia de posibles antecedentes cleptómanos entre sus antepasados. Si bien, ha de decirse en su favor que mantuvo en todo momento la sonrisa, convencido de que los investigadores no hacían sino cumplir con el deber que tenían asignado.

Varias horas después, el grupo de investigación nombrado al efecto salió del camarote de proa con sus conclusiones. Los demás tripulantes les recibieron anhelantes.

Ricardo, como portavoz autorizado, formuló la principal conclusión, la que todo el mundo estaba esperando:

– “No hemos encontrado un culpable. En todo caso, no un culpable que sea miembro de la tripulación. Podéis estar tranquilos. No hay un intruso entre nosotros”

Los tripulantes respiraron muy aliviados. Por el momento, el temido pase por la quilla se alejaba.

Ricardo añadió:

–“Pero seguimos las indagaciones. Como ya adelantamos: no podemos excluir otras causas. Todo efecto tiene una. Aquí se producen muchos efectos, pero aún no sabemos si tenemos una o varias causas”.

José Ignacio y Pepe, al unísono, añadieron:

–“Esto es lo que os podemos decir por el momento. Nuestras conclusiones son unánimes”.

Con estas afirmaciones adicionales, el alivio ya experimentado por la tripulación al ser exonerada de responsabilidad, adquirió dimensiones siderales, como se puede fácilmente comprender.

Mientras tanto, en la bañera, el capitán a la caña, con el auxilio de Bernardo y bajo la atenta mirada e Africa y Javier, mantenía serenamente la nave, gobernada a mano, en ausencia completa de piloto. De repente, como respondiendo a una inspiración, – tal vez al “espíritu del Pros”– Africa puso sus delicados pies en una inusual postura sobre el enjaretado de la bañera, junto a la bitácora y ¡Oh sorpresa!, un brillante pitido sonó en medio de la luz vespertina anunciando la vuelta al hogar del piloto automático. ¿Dónde estuvo hasta entonces? Ni idea. Lo que importaba es que, tras un largo descanso, había vuelto,… como el hijo pródigo. Bernardo sustituiría poco después a Africa mediante una hábil contorsión de su pie para mantener la presión adecuada sobre el punto preciso d la tarima. Un centímetro de desviación, un desfallecimiento en el empuje…,y el piloto desparecería, de nuevo..

Bueno, no se habían resuelto todos los problemas del día. Sin embargo, el más grave de todos estaba encauzado gracias a la habilidad con los pies de Africa y Bernardo y a la vigilancia de Javier para que nadie tuviera la ocurrencia de hollar el enjaretado en la zona sensible. Seguimos sin tener ron, ni hielo. Y por supuesto, no se ha encontrado traza alguna del vaso amarillo. Pero seguimos. Como dice aquel celebrado entrenador de futbol: los éxitos se consiguen partido a partido….

La comisión técnica, como había prometido, seguirá sus indagaciones para descartar culpables y encontrar causas eficientes de los efectos observados. Pero eso queda ya para otra entrega.

Juan M. Eguiagaray