21 de febrero de 2020

MiriamNoticias desde el PROS

21 de febrero de 2020.

A lo largo de una navegación oceánica hay ocasiones para todo. Las circunstancias varían como el mar y la meteorología y los pobres humanos, ya que no podemos modificarlas, nos adaptamos a ellas, ensayamos y aprendemos so pena de fracasar en el esfuerzo. Viene esto a cuento de lo rápido que pueden cambiar las percepciones. Todavía con el recuerdo vivo de haber pasado dos días y medio guarecidos en bahía Tilly ante un frente de bajas presiones nada amistoso, el turno de guardia que concluía a las 07:00 h ha visto alborear un día despejado con un cielo azul intenso y un sol cegador. La atmósfera es tan limpia que cada inspiración de aire parece una inyección de años de vida. No es una metáfora: toda la tripulación, como los caracoles después de la tormenta, ha salido de sus recoletos camarotes para plantarse en cubierta con sus mejores galas, una sonrisa de oreja a oreja y muchas, muchísimas ganas de vivir. Alguien ha puesto habaneras para amenizar la mañana, aunque para esta hora Bob Marley hace ya estragos en los tripulantes que casi bailan reggae mientras deambulan para tomar fotos y video del canal patagónico. ¡This is love, this is love what I’m feeling…, oh, oh, ohhh!.

Los canales patagónicos, llenos de verdor y flanqueados por elevadas crestas nevadas, resultan todavía más bellos cuando la restallante luz solar incide en ellos, dibuja sus formas y resalta su volumen y perspectiva. Seguramente, nada hay tan parecido a un buen fiordo noruego y pasamos un tiempo interminable en la contemplación de su detalle, mientras vigilamos con atención el balizado de los canales, los faros que lo jalonan y los escasos barcos con los que nos cruzamos. El AIS se muestra de una utilidad indiscutible. Desde una distancia de 15 millas, cuando coincidimos de vuelta encontrada con un barco en nuestro rumbo inverso, ya sabemos que hemos de maniobrar para dejar paso franco. Habitualmente, se trata de cargueros de cierto porte, por encima de los 100 metros de eslora, aunque también hemos avistado algún barco de crucero. En una noche cerrada, como ha sido la última, gobernamos con la exclusiva ayuda del plotter para mantenernos en el centro del canal, que se estrecha con frecuencia y forma meandros a este y oeste de nuestro rumbo constante hacia el norte. Estudiamos los nombres de las islas e islotes, en los que la mezcla de la influencia hispana y anglosajona es visible. Junto a la isla Vancouver aparece el islote Urrutia y luego nos adentramos en el prolongado canal Sarmiento, suponemos que por nuestro explorador Pedro Sarmiento de Gamboa.

En las guardias hay que estar atentos, pero cuando la navegación es plácida se convierten en buenas ocasiones para las bromas y la conversación sosegada. Los del turno de las 04:00 h a las 07:00 h nos dicen que han tomado simbólicamente, en nombre de S.M. el Rey Felipe VI, una isla de regular factura y buenas dimensiones, unas 2,5 millas de largo por 1,2 de ancho. Aparentemente era la única entre muchísimas que no tenía nombre en la carta, por lo que era legítimo deducir que era res nullius. Nunca hemos pretendido tomarla por la fuerza. Aún no se ha registrado el título de propiedad ni parcelado el terreno para su venta en lotes, pero el nombre ya lo tiene: se llama Isla Larrauri, en consideración a Maite, que la ha descubierto a pesar de la negrura de la noche. Lo comunicaremos al servicio hidrográfico chileno para que la incorpore en la próxima edición de las cartas del Estrecho.

Dicen las previsiones recién actualizadas (pero siempre cambiantes) que, por el momento, podemos esperar tiempo estable y ¡bueno!. Cruzamos los dedos, aunque es una noticia que nos llena de esperanza y optimismo. Un poco más de este oxígeno patagónico revitalizante y noticias como ésta, pueden convertir el paso de Magallanes en verdaderamente memorable a pesar de la demora en la derrota.

Abrazos a todos

Juanma Eguiagaray