Piratas (y 10). Otro pirata español: Benito Soto Aboal. El último del Atlántico

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2021/02/11

Como venimos repitiendo la saga de los piratas puede prolongarse ad Infinitum, no importa si hablamos de los foráneos o de los locales. Hay oficios que no mueren, aunque adopten formas nuevas para adaptarse a los tiempos.

Nuestro personaje de hoy pasa por ser el último pirata del atlántico, un  pirata “de verdad”, al decir de Arturo Perez Reverte, que de esto sabe un rato largo. Y, en verdad, que sus hechos le acompañan, al igual que su leyenda, que dicen inspiró la célebre Canción del Pirata de Espronceda (publicada diez años después del ajusticiamiento de Benito Soto) así como el nombre de su barco lo haría con La Perla Negra de Jack  Sparrow en  la serie  Piratas del Caribe.

Benito Soto Aboal nació el 22 de marzo de 1805 en el barrio de A Moureira de Pontevedra, siendo el séptimo de la una familia de catorce hijos llamados a sufrir  penurias económicas. Por entonces, Pontevedra, que había sido un puerto importante en Galicia, había perdido su pujanza por la falta de apoyo de la Corona y la reduccion del calado en el Río Lérez. El barrio marinero de A Moureira era un centro de actividades de dudosa legalidad y el corazón del contrabando como forma de vida, en ausencia de otra alternativa. En 1823 Benito es llamado a enrolarse en la Armada por el sistema de “Matricula de Mar”, un sistema de leva que buscaba personal de marinería para la Armada entre las clases bajas. Para escapar de su destino,  Benito se enrola rumbo a Cuba donde se le pierde el rastro por algún tiempo, quizás utilizado en el contrabando o, incluso, la piratería.  

Lo cierto es que en 1827 aparece ya como segundo contramaestre del un velero bergantín brasileño, El Defensor de Pedro. Dedicado al comercio de esclavos, y provisto de patente de Corso contra embarcaciones  de la República de Buenos Aires, durante la Guerra de Brasil. Ha de entenderse que, en esta época, la Armada Británica controlaba buena parte de los mares y estaba autorizada, tras la Ley de 1807 de abolición de la esclavitud y la trata de negros, para asaltar cualquier barco dedicado a este tráfico por encima de la línea del ecuador. El Defensor de Pedro era pues un buena candidato a la detención, puesto que se dirigía a Africa para realizar una de estas lucrativas operaciones. Antes de llegar a su destino y sin haber culminado la compra de esclavos, el motín que Benito Soto había ido preparado debe de precipitarse. Como resultado, el capitán del barco, Pedro Mariz de Sousa, es abandonado en Africa con la tripulación que le es fiel. Y el barco –cómo no– pintado ya de negro y más tarde rebautizado con el nombre de “La Burla Negra”,  adquirirá fama en los años siguientes y en la leyenda posterior, como hemos referido.  A falta de mercancía humana que vender, La Burla Negra y sus tripulantes no podían sino dedicarse por completo a la piratería, asaltando cuanto barco se cruzase en su camino. Y así lo hacen, con toda decisión.

Su primer objetivo fue el Morning Star, un barco británico procedente de Ceilán, que había atravesado el Cabo de Buena Esperanza cargado de maderas nobles, especias y café. Benito Soto dejó plasmadas sus señas de identidad en el asalto consiguiente: actos de crueldad, multitud de asesinatos y violaciones de las mujeres. Un “estilo” que habría de repetirse en sus acciones posteriores. A quienes sobrevivieron los encerró en la bodega para que se hundieran con el barco tras abrir varias vías de agua. Lamentablemente para sus objetivos, los encerrados consiguieron taponar los agujeros del casco y pudieron ser rescatados, para contarlo y denunciarlo.

En viaje a las islas de Cabo Verde, Benito de Soto aborda un segundo bergantín inglés, al que también roba y termina hundiendo. Sólo una semana después, cerca del archipiélago canario, asalta la fragata inglesa Sumbury, acribillando a su tripulación. Más tarde son dos buques portugueses los que caen en manos del despiadado pirata.  Y posteriormente  le tocaría el turno a otro bergantín inglés, el  New Prospect.  También en esta ocasión,  son  aniquilados de forma sangrienta todos sus tripulantes. 

Con un importante botín acumulado, Benito Soto decide volver a Galicia, lo que es motivo para un motín en la tripulación, que desea  acrecentar aún más sus capturas. Pero el motín se salda con la ejecución de los implicados en el mismo. Tras de lo cual, nuestro protagonista pone rumbo a Bueu (Pontevedra), donde atraca el 17 de abril de 1828 para vender la mercancía a contrabandistas gallegos y rebautizar al bergantín con el nombre de La Burla Negra. Se dice que llegarían con el barco pintado de amarillo y con el nombre de “Buen Jesus y la Ánimas” y habrían escondido dos cofres cargados de oro. Supuestamente en la “Casa da Campana” de esa localidad.  Más alimento para historias y leyendas.

Luego de haber conseguido vender parte de su botín en A Coruña, no sin emplear algunos trucos de identificación para camuflar su verdadera personalidad y la del barco, el pirata pone rumbo a la costa de Tarifa. Tiene la intención de abandonar el buque, retirarse de la piratería y poder disfrutar de las ganancias junto a algunos compañeros. Y aquí se produce la catástrofe. Un error de cálculo le hace confundir el faro de la Isla de León con el de Tarifa. Como consecuencia de esta errónea apreciación, encalla en las playas de Cádiz, donde hoy se encuentra el Ventorrillo del Chato, siendo descubiertos de inmediato por las autoridades locales. 

 Benito Soto consigue escapar, aunque no por mucho tiempo. Diez de sus piratas  son capturados y ahorcados en Puerta Tierra, ante un numeroso público congregado para la ocasión. Poco después, Benito Soto es apresado por las autoridades de Gibraltar y, un año más tarde, el 25 de enero de 1830,  juzgado y condenado por el asesinato de 75 personas y el incendio y hundimiento de 10 barcos, a morir en la horca. Tenía 25 años cuando fue ejecutado.

La coda final de esta historia tuvo lugar muchos años después. En plena campaña de pesca de la almadraba, el 3 de junio de 1904, un paisano conocido como “Malos Pelos” encuentra unas monedas  en la playa, frente al lugar en que   hoy se alza el Hospital Puerta del Mar de Cádiz. Se llena los bolsillos sin decírselo a nadie y abandona el lugar. Poco después, sus compañeros de faena pesquera, testigos de su operación, hacen lo propio. Como suele ocurrir, los secretos son difíciles de guardar y las crónicas dicen que la noticia corrió como la pólvora por toda la ciudad y no hubo gaditano que no se acercara aquel jueves de Corpus a la búsqueda de aquellas monedas. Eran monedas de a ocho reales, de curso legal durante el reinado de Fernado VI. Procedían de la Burla Negra  y habían sido arrastradas por la mar desde su lugar de hundimiento.

En los carnavales de 1905, el  compositor local Antonio Rodríguez Martínez, conocido como «El tío de la Tiza», compone para su coro Los Anticuarios, un tanguillo sobre lo sucedido, al que después llamaría Los duros antiguos .

Dice así: