Día 8 de abril
Cesaron las voces. El silencio las acallaba. Las charlas, las chanzas, las anécdotas, los saberes de cada cual, las andanzas y amoríos, los sueños y algunas pesadillas, las degustaciones de poesía y hasta las musicales tonadas, todas las que durante 25 días habían ido rellenando el espacio de esa filantrópica bañera, en especial cuando la luz del día les decía adiós, de repente dejaron de sonar a bordo del PROS.
Como si una tenaza invisible y magnética se hubiera dejado deslizar desde el cielo por los costados de la nave, asiéndolo todo en su camino, así, de ese preciso modo, sucedió aquella noche.
Era la madrugada del día 7 de abril del año 2022. La única y solitaria estela que unos esforzados marinos españoles habían venido dibujando sobre la piel del Pacífico Sur comenzaba ya a diluirse. Ese mismo Océano que días atrás, tal vez zaherido por alguna humana afrenta, tal vez desquitándose por tantos y tantos restos de explosiones y naufragios hiriendo sus entrañas durante siglos, habíase presentado a menudo con inusitada impiedad, olvidando por tanto su bautismal nombre, de repente adoptó su modo más dulce y piadoso, la ternura de una madre que acaricia a los hijos que porta en sus brazos.
Porque todos los que ese navío acunaba, los que tantas alertas, sobresaltos y tribulaciones acumulábamos, fuimos testigos del singular prodigio: no sólo un viento propicio, recio y arrumbado había comenzado a acompañarnos desde entrada la tarde, sino que las propias olas cesaron en su desenfrenada agitación, trocándose en suaves caricias bajo la quilla del PROS, y lo que dejó de ser sonido constante, el entrechocar de las ondas marinas y el ulular del viento en las velas, pasó a convertirse en mudo silencio, en acallada quietud que sin embargo a todos nos parecía la música más bella y sutil, acordes imposibles que contra toda lógica tiraban de la tajamar de nuestro barco y lo apuntaban indefectiblemente a su final destino.
Muy pocos fuimos los que esa noche dormimos; resultaba hasta ofensivo, impúdico no participar de esa comunión de nave, mar, cielo y estrellas, sin duda la única en nuestra travesía desde que Tahití se diluyera por nuestra popa.
Ese Océano Mar al que tanto tributamos, ese espejo inabarcable en donde nuestros sueños se reflejan nos devolvía con inusitada humildad y nobleza el precio de nuestras vigilias y privaciones, como ese padre severo cuyo corazón se ablanda al vislumbrar el rostro del hijo que regresa.
Es difícil concebir un mejor broche final para nuestro periplo. Y es que en noches como esa, la lógica alegría que supone saber consumados los propósitos y sentir cómo se acorta la distancia con nuestros seres queridos parece pugnar con un sentimiento de tristeza, con una creciente marea de pena que sentimos por dentro al comprender que la despedida de ese nuestro mar es ya inevitable. Zalamero como pocos, consigue con ello que olvidemos pronto sus caprichosos castigos; y claro está, en breve conseguirá que primero una y luego todas las asfaltadas esquinas de nuestras respectivas ciudades, rezumen ese característico olor a sal, ese perfume fatal e irresistible que acabará por hacernos claudicar y que de nuevo guiará nuestros pasos hacia sus riberas.
La historia está llena de esos personajes, esos seres que, como alguien dijo, a medio camino entre los vivos y los muertos, una y otra vez regresan a la esencia del sagrado mar. Así lo hicieron Urdanetas y Elcanos, Barcelós y Churrucas, Mendañas y Espinosas, tantos y tantos otros que pespuntean nuestros sueños.
Ahora nos toca pasar el testigo a la nueva tripulación del PROS; lo hacemos en lejanas latitudes, nuestra querida España en la distancia. La etapa ha terminado pero el sueño continúa.
Viti Levu, Fidji
Ricardo Teigell